jueves, 17 de febrero de 2011

Estafar a los estafadores

Mirando y remirando las ofertas de empleo sólo aparecen comerciales (en época de crisis, en la que es tan difícil vender nada, urgen vendedores), algún que otro informático (no requiere explicación) y teleoperadores, que es una clase particular de comerciales. No hay más que acercarse a Telemark o Transcom en hora de salida para ver las legiones de leoneses y, sobre todo, leonesas, que trabajan allí.
El trabajo en si consiste, básicamente, en intentar estafar a la gente, puesto que se trata de convencerla para que compre algo al margen de sus intereses, pero lo más curioso de este tipo de trabajo es que el estafador es el primer estafado.

Asisto a una entrevista de trabajo en un teleoperador desconocido, que tiene su sede en un pequeño local cerca de Santa Ana. Al parecer, se nos ha convocado a varios candidatos. Tras una larga espera sin explicaciones, en un pequeño despacho, aparece un tipo que ni saluda ni se presenta: es un joven con aspecto de vendedor que habla rápidamente mientras va escribiendo los números que cita en una pizarra, como si hablara para analfabetos. Nos explica que tenemos que llamar, durante siete horas diarias, a personas para convencerlas de que se hagan de una determinada compañía de acceso a Internet: si no tienen Internet, pues que lo tengan; si lo tienen con otra compañía, pues que se pasen a ésta y si lo tienen con ésta, que cambien la opción que tienen contratada por otra más cara. Hasta ahí lo de la "estafa". Ahora viene lo de "estafar al estafador". Nos asegura que paga los sueldos más altos del sector y se pone a contar-dibujar un complicadísimo esquema de cobro por comisión en función del tipo de contrato que consigamos del sufrido oyente, que, a la cuenta de la vieja calculé que no llega al sueldo mínimo, a no ser que hagas una cantidad de contratos casi imposible de alcanzar.
La cuestión es que si no llegas a un mínimo de contratos al mes, te vas a la calle y en los meses de prueba no se cobra comisión. Eché un somero vistazo al interior de la sala de trabajo cuando se entreabrió la puerta, lo suficiente para ver un lugar pequeño, totalmente interior y con un aspecto tan insano como deprimente, en el que había más gente trabajando de la que cabía; sin embargo, buscaban más y, meses después, aún siguen haciéndolo. La explicación no puede ser otra que el relevo mensual o trimestral de cada trabajador que, a pocos contratos que deje hechos es fácil imaginar el chollo que supone para la empresa.

El último libro de Günter Grass tiene un capítulo dedicado a este sector: él no sólo realizó la entrevista de trabajo sino que, de hecho, estuvo trabajando allí varios meses de "infiltrado". Merece la pena. Sólo apuntar un hecho que, en ésta y otras entrevistas parecidas, me ha llamado la atención: a los aspirantes a estos trabajos infrapagados se les trata con una falta tan de educación que creo que es deliberada: no se saluda, no se da la mano, si son varios y hay que desplazarse se les pide que lo hagan en fila india y cosas así, como si la humillación fuera una premisa previa, igual que en el Ejército.


lunes, 14 de febrero de 2011

Ayudas tardías

En España hay un millón de familias en las que los dos miembros de la pareja están en paro, bien con hijos menores de edad, bien con hijos también en el paro. Teniendo en cuenta que hemos pasado de la sociedad del bienestar a la de penuria en cuestión de días, como quien dice, una puede imaginar que una situación así goza de todas las ayudas posibles por parte del Estado, pues ¿qué situación hay de mayor precariedad que ésa? Pues bien, los políticos que no quisieron y los que no supieron prever la crisis siguen estando en la inopia, hasta para esto. No se tiene en cuenta en absoluto que esa situación afecta a familias que hasta hace muy poco ingresaban un buen sueldo o dos sueldos (buenos, malos o regulares) y que, por tanto, digamos que son "pobres recientes", de modo que, no sólo las administraciones no han conseguido ponerse de acuerdo ni siquiera en el asunto más sensible provocado por la crisis, el del paro, dando una información completa y centralizada (tanto respecto a ayudas como a subvenciones, información sobre empleos, autoempleo, etcétera) sino que, para colmo, cuando se solicita una ayuda del tipo que sea lo primero que se exige es la declaración del IRPF del año anterior. Así que sólo tienes derecho a la ayuda de que se trate si ya la necesitabas hace un año; si la necesitas ahora, por muy urgente que resulte, tienes que esperar al año siguiente. En definitiva, si eres un nuevo pobre, tendrás que esperar a ser un pobre de solemnidad, que se decía antes, para que el Estado te eche una mano, probablemente demasiado tarde, porque sin la ayuda familiar, hace falta menos de un año para pasar de tener una cuenta en un banco a dormir en su puerta
¿No es absurdo? ¿Es que no hay forma de que nuestros políticos vean la realidad cara a cara? ¿No hay manera de que la burocracia se adapte a la situación real de la ciudadanía?
Pues no.

miércoles, 9 de febrero de 2011

Padres en paro

Estoy convencida de que la crisis económica tiene aspectos positivos. Estar parado es haber sido detenido pero, aunque sea a la fuerza, detenerse es positivo: permite la reflexión, induce a replantearse cosas que se habían dado por hechas, a cambiar de sueños y buscar nuevas oportunidades. Bueno, pues entre los aspectos positivos que he observado es que la crisis (el paro) ha forzado a muchos hombres a ejercer de padres como antes ni lo hubieran imaginado. 

Es un fenómeno nuevo: cada vez se ven más hombres ocupándose de sus hijos. Antes podía hablarse de padres que pasaban más o menos tiempos con los niños, que compartían juegos, pero no que realmente se ocuparan de ellos. Ahora sí. De modo que no sólo es fácil encontrarlos, por ejemplo, a las puertas de cole, sino que ya no son, obviamente, meros taxistas, sino que hablan con otros padres o madres sobre los deberes de los niños, sobre qué meriendan, si les gusta o no la fruta, si se han peleado con su amigo del alma o han hecho nuevas amistades... y hacen comentarios a los hijos de los demás tipo "¡Vaya, Anita, qué mochila tan bonita te han comprado!" o "Jorge, ¿te han cortado el pelo, eh? ¡Pues estás muy guapo!"

Yo, francamente, nunca había presenciado escenas así antes. Y me encanta. Me recuerda una ocasión en que, siendo mi primogénita pequeñita, me preguntó a qué se dedicaba el padre de una amiga, al que siempre veía con ella, y le dije que estaba jubilado: "¡Qué suerte -dijo sin dudar- tener un padre jubilado!". Pues tener un padre en paro también puede tener ventajas para los críos... pero, desde luego, las tiene para ellos si en vez de sentirse frustrados por no cumplir con su supuesta obligación de ser el sostén familiar, aprovechan la oportunidad de ser de verdad padres.

lunes, 7 de febrero de 2011

El ambiente Inem

Voy a la oficina del INEM a notificar un cambio de domicilio. Me paso dos horas haciendo cola hasta que desisto. Vuelvo al día siguiente. La cola es también tremenda. Tengo el número 97 y van por el 50. Pasa el tiempo, mucho tiempo. Cuando llevo hora y media sin saber ya dónde apoyarme, recibo una llamada en el móvil: la compañía telefónica me avisa de que me corta la línea por falta de pago. Tengo, al parecer, una deuda de 30 euros. La faena es tremenda porque, para una persona en paro, el teléfono móvil es como un talismán: cada vez que suena, reaparece la esperanza de que sea alguien ofreciendo un trabajo. Así que me pongo a discutir, a pedir una solución, a proponerla y, mientras lo hago, salgo a la puerta para poder enfrascarme en la conversación con mayor libertad. Cuando cuelgo y vuelvo a entrar el número 97, en la pantallita, cambia al 98, mesa A. Me lanzo a la mesa A y encuentro a un hombre sentándose en ese momento. Es el que tiene el número 98, así que le digo a la funcionaria que atiende la mesa que tengo el número 97. "Lo siento pero, como ve, ya se ha sentado el siguiente. Tendrá que sacar otro número". Miro al 98, pero él mira hacia otra parte ignorándome por completo, mientras explico que sólo quiero notificar un cambio de domicilio, que es el segundo día que voy para eso, que llevo muchísimo tiempo esperando... El 98 sigue sentado, impasible, y la funcionaria empieza a irritarse, inamovible. Entonces, la funcionaria de la mesa de al lado, al tanto de la situación, pone en la pantallita el número 99, que tiene una chica, y me dice que si a la chica 99 no le importa, puede atenderme a mí antes. La miro suplicante y, antes de abrir la boca, ella corta con un "ni hablar" y se sienta. Le explico otra vez la situación y... "que no, me toca a mí y punto". No me queda sino tirarle mi número a los pies y marcharme llena de rabia.
Va a ser cierto que las situaciones difíciles sacan de uno lo peor que lleva dentro.

miércoles, 2 de febrero de 2011

Desahuciadas

Constatado hasta la saciedad.
Encuentro casual con un hombre de 50 años.
- ¿Qué tal te va?
- Pues ya ves, me he quedado en el paro.
- Bueno, hombre, no te preocupes, con tu experiencia seguro que encuentras algo.
Encuentro casual con una mujer de 50 años.
- ¿Qué tal te va?
- Pues ya ves, me he quedado en el paro.
- Bueno, mujer, qué se va a hacer; mira, ahora puedes ya dedicar más tiempo a los hijos.

martes, 1 de febrero de 2011

Vértigo

La certeza de la propia caducidad es la causa, supongo, más importante de sufrimiento del ser humano. Para evitarlo, éste se aferra a las cosas, pero cuando comprueba en propia carne que todas esas cosas son también perecederas, el sufrimiento se hace realmente intenso... Bueno, de ese modo me explico yo la agonía que suele suponer el paro, porque paro es pérdida de cosas: de estabilidad, de despreocupación por el futuro, y de cosas materiales de las que, necesariamente, has de prescindir o de las que te ves privada (en el mejor de los casos, de las cosas que correspondían a un determinado nivel de vida y, en el peor, de tu hogar o los medios de subsistencia). Por eso, el paro no hace sino enfrentarnos crudamente a la propia fragilidad: eso de que las cosas que constituían tu rutina se vayan al traste, no deja de ser el recuerdo de que no tienes dónde apoyarte y de que, finalmente, tú también vas a desaparecer del mapa. No me extraña, por tanto, que cuantos parados he conocido tiendan a ver su problema, no como una situación puntual, sino que suelen plantearse toda su vida, pasada y futura, hacer balance de ella cómo si todos los días fueran Fin de Año; hacer lista de sus frustraciones, sueños rotos, oportunidades perdidas, las cosas para las que ya no queda tiempo...
Cualquier manual de ésos que pretenden enseñarte a ser feliz o a creer que lo eres, seguro que te dicen que no debes hacer eso de ningún modo. A mí esos llamados libros de autoayuda no me gustan nada: primero, porque mienten (la ayuda te la da el autor del libro, por eso lo pagas comprándolo) y, segundo, porque no soy partidaria de evitar el dolor ni ninguna otra sensación desagradable por si mismas, ni de considerar la felicidad como una obligación. No obstante, estoy de acuerdo, en este caso, en que conviene evitar ese tipo de balances vitales, pero no para no sentirse mal, sino porque ese malestar es totalmente inútil y, sobre todo, porque una situación angustiosa, como el paro, no te permite tener la mente suficientemente despejada para hacer algo tan trascendente. Es como ponerte a medir la altura de un puente: si tienes vértigo, será mejor que no lo hagas mientras estés en el puente sino que esperes a bajar. Pues el paro produce vértigo.
Es como cuando te sucede una anécdota fastidiosa, pero uno piensa: será divertida cuando la cuente. Bueno, yo creo que el paro hay que afrontarlo así, preguntándonos cómo veremos esta etapa de nuestra vida cuando haya pasado, y probablemente llegaremos a la conclusión de que la veremos, precisamente, así, como una etapa más de nuestra vida y que, como cualquier otra, lo importante es que haya algo divertido que contar de ella o, por lo menos, algo que contar, aunque no sea divertido. ¿Será por eso que estoy yo aquí escribiendo todo este rollo?