sábado, 23 de abril de 2011

Indignada, no harta

He estado en paro tres veces. Las tres veces he mantenido una actividad bastante intensa en distintos ámbitos: aprendí cosas nuevas, escribí, fui madre, di mil vueltas a mil y un proyectos fallidos... pero en los tres casos, el tiempo que viví y las cosas que hice fueron en otro mundo, un mundo subterráneo al que apenas llega la luz exterior y del que apenas sale el eco de tu voz. Nadie te oye cuando estás en ese pozo y tú no ves a nadie allí. Al principio es la gente la que empieza a alejarse de ti: las llamadas se hacen poco frecuentes, los encuentros son más esporádicos (los demás están más ocupados que tú) y las conversaciones se tornan incómodas porque a nadie le gusta hablar de su trabajo a alguien que no lo tiene, pero tampoco preguntan demasiado para no tener que escuchar un montón de problemas que no está en su mano solucionar. La gente que te conoce menos, te evita, temerosa de que le pidas algo o de que se lo contagies o, sencillamente, porque tú ya no estás, ya no perteneces, ya no eres.
Luego eres tú la que se aparta. Dejas de frecuentar los mismos lugares de antes y, por tanto, dejas de ver a las que personas que antes veías; sales, en todo caso, menos, porque no puedes gastar el dinero que antes gastabas. Las conversaciones personales dejan de interesarte, porque los problemas de los demás ya se parecen poco a los tuyos.
El caso es que, cuando un día miras a tu alrededor, te das cuenta de que te has quedado sola.
Es difícil, lo comprendo, estar con una persona en paro, porque el intercambio es desventajoso: tú tienes que recibir su llanto y tienes que darle tu alegría. (Así es. ¿Qué necesita un parado?: alguien que escuche sus penas y que luego le lleve de juerga. ¿Alguien se ofrece?).
Pero creo que lo peor es la siguiente fase, en la que a las gente deja ya de importarle todo. Se acaba el combate diario en el bar por hacerse con un periódico: sencillamente, ya no interesa lo que sucede. Ya no importa más que el difícil día a día y, desconectado del mundo exterior, dar la espalda es lo único que queda por hacer. ¿Y cómo se da la espalda a una sociedad que te ha excluido injustamente? Pues no votando.
Yo no he llegado a esa fase, porque creo que el sistema que me ha excluido es el mismo que me empuja a esa actitud pasiva que, sin duda, le conviene. Yo estoy indignada, no harta. Y creo que hay que hacer lo posible por mantenerse en este punto, porque si los parados de todo el mundo votaran, las cosas serían muy diferentes.

2 comentarios:

  1. Yo de juerga no te voy a llevar porque no salgo ni yo. No me gusta. Pero para escuchar tus penurias sí me ofrezco, aunque ya asumas que poco pueda hacer.

    Estoy echándole un vistazo a tu blog (los otros 2 son tuyos también?) y leí esta entrada. Me ha gustado, sobre todo por lo transparente y la conclusión final, pues en verdad el cambio el 20N sólo puede venir de que voten los abstencionistas y tod@s a una.

    No me extraña que compartamos Alí Primera (yo sólo me paré en la canción que recomiendo) o Stiglitz, pues es que tú abarcas mucho. A mí me gustaría decirte que intentaré seguir tu blog, pero sé que no voy a ser capaz, pero cuelgo tu enlace, con tu permiso.

    Lo dicho, puedes escribirme a yoquieroyactuo@gmail.com

    Un saludo,
    Marina F.B.

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  2. Sólo con votar, no soluciona nada. Ya lo hemos visto.
    PSOE, ahora PP.
    Y para que gobierne IU, por ejemplo, se necesitan 5 veces más votos que para que gobierne cualquiera de los dos. Estamos en democracia.
    Conincido con vosotras en que al sistema le interesan los excluidos para justificar sus ideas y sus actos. Y por eso hay que votar.
    Pero no basta con ello.
    Hay que tener un pie dentro y otro fuera.

    Saludos y ánimo
    Gabriel A.T.

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