martes, 1 de marzo de 2011

La bolsa de los hindúes

En La India, casi todo el mundo lleva algo en la mano: unos pocos, un maletín; la mayoría, una bolsa de plástico. Van con ella por las calles, caminos y carreteras. Se levantan, cada mañana, cogen su bolsa y salen de casa, camino de alguna parte, buscando qué meter en la bolsa. Allí donde ven que pueden ser útiles, se ofrecen, trabajan a cambio de algunas rupias, que guardan en el bolsillo, o de comida u otro bien, que guardan en la bolsa de plástico. Si hace falta, piden algo que meter en su bolsa para llevar a casa esa noche.

 Pues bien, la vida de un parado o parada en España empieza a ser así. Se levanta una y coge su bolsa de plástico y, a partir de ahí, a "caminar", la mayor parte del tiempo por Internet (Infojobs, Infoempleo...), otras veces por el móvil, revisando una y otra vez los números de amigos y conocidos que pueden haberse enterado de una oferta de trabajo; otras, de bar en bar, donde, cada mañana, se entabla una larga y tediosa pelea por hacerse con un periódico tras otro a la caza y captura de alguna idea, más que oferta; en el itinerario están también la Oficina de Empleo y su tablón de anuncios (de los que, normalmente, sólo uno se ajusta mínimamente a lo que una podría hacer, pero ése justamente es en Bruselas o se exige ser un discapacitado) o las oficinas de orientación de empleo, autoempleo, subempleo, pseudoempleo... 
El caso es encontrar algo que meter en la bolsa antes de llegar a casa, siquiera una pequeña esperanza, un propósito o, la mayor parte de las veces, trabajos que ni siquiera son remunerados: pequeños encargos, trabajitos por Internet, prácticas, cursos...
En mi sector, el de los medios de comunicación, que entró en crisis mucho antes de que estallara la crisis financiera o la de la construcción, hace tiempo que he visto este proceso. Los periódicos ofrecían contratos con sueldos decentes, pero sin ningún derecho laboral, como el cobro de las miles de horas extra o, incluso, los derechos legales, como las vacaciones o el día y medio de descanso semanal. Cuando empezaron a proliferar las emisoras, la situación empeoró notablemente, y entonces ni siquiera se respetaba lo del sueldo, pues en la mayoría de los casos estaba sujeto a la entrada de publicidad (algo profundamente inmoral en un trabajo, el periodístico, que debe estar totalmente al margen de los intereses empresariales) y, de pronto, empezaron a proliferar las televisiones locales, y entonces ya fue el sumum; recuerdo una, en Burgos, que no sólo no pagaba a sus redactores y cámaras, sino que, incluso, les cobraba, pues tenía licencia como academia y sus trabajadores, aún con la carrera terminada y cierta experiencia laboral, eran considerados alumnos que tenían que pagar una matrícula a cambio de la posibilidad de ser contratados algún día.
Temo que el empleo vaya a ser así en los próximos (muchos) años: un constante buscarse la vida, ir de proyecto en proyecto, levantando piedras bajo las que encontrar, a veces nada, a veces algo. Mientras los sindicatos pelean por los convenios, quizá los contratos se vayan convirtiendo en especies en extinción y hasta el subempleo sea un lujo que pase a ser sustituido por una especie de escaramuzas laborales

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